domingo, 24 de junio de 2007

LAS PIERNAS DEL NOGAL

Durante muchos años, el alegre toc-toc de sus ramas sobre el cristal de mi ventana, fue mi despertador matinal.
Adoraba a aquel árbol que me regalaba sombra, compañía y riquísimos frutos de otoño. Había una comunicación total, o al menos eso pensaba yo, entre nosotros. Las estaciones se reflejaban en su cuerpo con tal precisión que no necesitaba calendario, y escuchando la canción del viento que sus hojas interpretaban me quedé dormida muchas noches.

Parte de mi vida giraba en torno a él. Pienso que lo amaba.
Era un espléndido nogal cargado de sabiduría y años. Sus ramas semejaban fuertes brazos donde cobijarse, y la ternura de sus dedos-hojas verdes era una caricia larga para mis atrofiados sentidos. Cuando comía sus nueces, era consciente de que parte de él se convertía en mí.

Una mañana me desperté tarde y con la cabeza pesada: ¡el nogal no me había despertado!
Como pude, me acerqué a la ventana y la abrí, comprobando, llena de angustia, que mis manos no alcanzaban a tocar sus ramas: se había desplazado unos metros, alejándose.
Durante horas lo observé en estado casi hipnótico, tratando de encontrar en mi mente alguna razón plausible que despejara el misterio, pero el dolor me impedía pensar con coherencia.
Pregunté a todos si lo habían podado, o ¿transplantado?; pero, ¿cómo?, todas estas preguntas eran incongruencias mentales. Nadie lo había podado y… no se puede transplantar un nogal con más de cincuenta años.
Aquella primera noche, y muchas más después, no escuché “su sonido del viento” arrullándome, tan sólo creí oír gemidos confusos mezclándose con mis propios pensamientos.

Mandé que midieran la distancia que había entre su cuerpo y mi ventana, para poder descartar la locura, que, muchos pensaban que me estaba invadiendo.
Pasaron los días y los meses, y el árbol cada vez estaba más separado de mí. Nadie sabe el dolor que mi corazón sentía por su alejamiento. Ya no podía probar sus frutos sin sentir una desazón de tremenda soledad, y el silencio recorría mi estancia desde el alba hasta el ocaso.
Él, puede que sin saberlo, había transformado el erial de mi vida en un mundo mágico de voces y palabras.
¡Éramos dos inválidos atrapados en el suelo!, tal vez, la fuerza de mi amor le dotó de dos piernas para caminar; tal vez, mis palabras de aliento, le confirieron de la fuerza para trazarse otros caminos, y que otros vientos repartieran “la canción de sus hojas” por otros mundos…

Yo sigo atrapada a mi silla de ruedas, apresada entre los hierros del pasado, mientras las piernas del nogal se hacen fuertes y… caminan…

Desde mi venta, los días en que mis ojos me responden, aún puedo verlo en la lejanía.
Lola Bertrand


7 comentarios:

Anónimo dijo...

Explendido este nogal, me ha fascinado...
Saludos
Rafael

Alena. Collar dijo...

Espléndido texto, Lola. Lleno de metáforas bellas.

Anónimo dijo...

Un relato realmente bello.
Un placer. Miriam

Anónimo dijo...

Precioso, Lola, increiblemente bonito; muy en tu línea de no dejar nada dentro y dar la luz a tus mares internos.
Un besazo
ángeles cantalapiedra

Anónimo dijo...

Magnifico este relato.
Lo disfruté.
Besos
Eva

Emma dijo...

Recuerdo este texto, Lola, fue uno de los primeros que te leí y me había impactado mucho su lectura en aquel momento, ahora lo he vuelto a disfrutar. Es magnífico.

Emma

Anónimo dijo...

Te dejo mi felicitación en éste como podía hacerlo en cualquiera otro de tus escritos. Están todos ellos trabajados con amor, con colorido y con belleza. Creo que sabes utilizar la pluma con oficio.
Socorro Mármol