¡Ay del que intentara transgredir las normas!
Nos sentábamos toda la familia, hasta el más pequeño de sus vástagos, alrededor de una mesa de, para al menos, dieciocho comensales: generalmente éramos unos doce, salvo tres adultos el resto éramos niños de corta edad – diez años hacia abajo- y ¡todos teníamos que comer lo mismo!
Había unas reglas muy estrictas: los niños no hablaban en la mesa, ni decían esto no me gusta -quiero todos los platos vacíos – decía papá.Y los platos tenían que quedar vacíos si no querías que te sirvieran un cucharón más…
Otra de las ideas de mi padre, para tenernos callados a la hora de la comida, era ponernos música clásica – hoy día se lo agradezco- y hacernos adivinar que pieza estaba sonando: si alguien la acertaba le daba como premio ¡ cinco duros! – cinco duros en los años cincuenta eran una pequeña fortuna.
Nunca acertábamos como es natural: Mozart, Rasmaninof, Tchaikowsky, Verdi, Rigoletto…Papá, a parte de ser un barítono excepcional, era un melómano que escenificaba, casi vivía, cada pieza y nos hacía sentir “La danza húngara”, “En un mercado persa” o “Fausto” de una manera tan intensa que era imposible de olvidar.
No recuerdo si alguno de mis hermanos ganó alguna vez aquellos míticos cinco duros, pero yo los gané una vez y eso se lo debo a “Madame Butterfly”.
En una de esas comidas silenciosas nada más empezar los primeros compases, mi vocecita de ocho años, empezó a chillar exaltada:
-La sé, la sé, esta me la sé…
Creo que fue la casualidad, pero me gané aquellos preciados cinco duros con los que me compré un montón de fruslerías que hoy día ya ni recuerdo.
Pero hay algo que me marcó durante muchos años y fue el día en que vi aparecer a Conchita – la doncella- portando una gran fuente rebosante de cebollas y pimientos rellenos.Cuando la divisé los ojos se me abrieron como platos e – ingenua de mí- pensé:
-Esto no nos lo van ha hacer comer, es una porquería para personas mayores… No creo que sean tan sádicos.
Es imposible que piensen que vamos a comer algo así… No creo que se hayan vuelto todos locos de repente.
Siempre he sido muy teatrera, lo reconozco, pero no estaba dispuesta a comer aquello aunque me matasen, por eso, cuando papá estaba a punto de poner una cebolla rellena de carne sobre mi plato, bajé la cabeza y -poniendo cara de enferma- vomité sobre la alfombra del comedor con gran aparato…
Se formó un tremendo alboroto a mí alrededor:
- La niña está mala, algo le ha sentado mal, que le pongan el termómetro; Juliana – la cocinera- por favor, prepare una manzanilla…
Hoy día me arrepiento de no haber probado un manjar –ahora lo sé- tan exquisito…
En estos instantes adoro a mi padre, no solamente me enseñó a comer toda clase de cosas, si no también a apreciar la buena música, pero claro… ya no tengo ocho años, ni siquiera cumpliré los cincuenta que hace tiempo he dejado atrás y tampoco tengo padre.
Lola Bertrand
(Este relato pertenece a mi libro Coletas Rojas)
10 comentarios:
Hola Lola.....
Lo que más me agradò fue leer esos recuerdos tan hermosos.....
Ciertamente de Niños todos cometiamos alguna picardia, yo recuerdo algunas, y la orden de estar todos en la mesa era un comun que por algo en estos tiempos de adelanto tecnologico hemos perdido.
Gracias por hacerme recordar de unos dias que si bien no fueròn tan igual a los tuyos, tuvieròn mucho en comun.
Con cariño...
Un Abrazo
Príamo.
UN recuerdo bello¡¡¡
Lola me pregunto ¿ para cuando tu libro de recuerdos?
Abrazos de Eva
(la foto muy artística)
Si, los recuerdos y la memoria hacen milagros, podermos revivimos y saborearlos nuevamente, incluso disfrutarlos más que cuando fueron nuestra realidad. Hermosos recuerdos Lola, gracias por compartirlos. Un beso.
Virginia
Estos relatos me fascinan , Lola.
Adelante¡¡¡
María
¡¡¡¡ PERO TIENES LAS VIVENCIAS LOLA!!!!
besos
Verónica desde Jardín Haikú
Todos esos recuerdos que nos dejas, nos retrotraen a instancias de ternura y ensueños.
Hermosa y preofunda histpria de vida Lola me encantó, aunque de chica tampoco la hubiera comido.
besos myrt
bello texto quise poner...
Prescioso , Lola una manera maravillosa de contar tus vivencias.
Saludos
Antonio P.
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